Cajamarca
Cáliz y Espinas. Actores y Actos
Diálogo hasta la muerte
Cajamarca
es un campo de batalla. Anda en guerra casi permanente. Se va por los
nueve mese y la paz no termina de parir. No es una Esparta ni una ciudad de Troya.
Parece un pequeño Tahuantinsuyo con exorbitante pobreza y poca agua. Y claro,
hay también caciques poco políticos. Empero, pareciera que el fin del mundo
llegará antes del 28 de julio. Queda la duda de si será para bien o para mal.
Ojalá sea por el bien de los de Abajo.
Un
sector de la prensa –acaso
poco libre– atizó y atiza posiciones irreductibles. Maximalistas de uno y otro
lado continúan en la arena de un combate entre el agua y el oro. La vida, entre
tanto, se va entre los dedos de manos llenas de pólvora. Cinco muertos después
se insiste en la ya poco creíble bandera de “Dialogo
hasta la muerte”. La sensación es que va quedando la muerte.
En
medio de ese apocalipsis, un periodista lanzó una dramática expresión. Sin
querer queriendo, describió la situación de Cajamarca. “Dialogo hasta la muerte”, dijo. Le impregnó un tono de
ironía y esbozó una casi imperceptible sonrisa. Quedó claro que no cree en el
diálogo.
Hoy los actores entraron
a una suerte de “Diálogo Armado”. Los ronderos acusados
de violentistas brindan seguridad a un nuevo intento de diálogo. El sacerdote
Monseñor Cabrejos encabeza una Comitiva al parecer de paz. Empero llega con el
militarismo a cuestas. El Gobierno insiste en no levantar el Estado de
Emergencia. Y alrededor de 171 personas están acusadas por la fiscalía de
Lambayeque por participación en diversos hechos supuestamente punibles, desde
que comenzaron las protestas en Cajamarca, en noviembre del año pasado.
Y,
para redondear ironías, el señor Valdez –aun en lenta agonía en el
premiariato- lanzó una expresión desde Macusani, Puno. “La población debe entender –dijo- que el
Gobierno defiende el medio ambiente”.
Acaso sea porque resulta difícil entender lo que no se ve.
Poco
favor le hizo –igualmente- a los propósitos de paz las
precipitadas declaraciones del mandatario de la república, señor Ollanta Humala
Tasso. “Me
da asco como exprimen al muertito”,
afirmó. Para nada se le escuchó sentimientos de solidaridad y dolor por la
sangre derramada.
No
solo los deudos, sino buena parte de la población cajamarquina inmediatamente
se indignaron. “¿Quién
mató a Joselito? Ollanta”, “Ollanta
asesino”, “Ollanta traidor”, resonaron por las calles de lo que un día
perteneció al denominado Tahuantinsuyo.
Atizó
–también- la ira popular el que
las fuerzas del orden reprimieron en pleno entierro de los caídos. Parecía que
los muertos continuaban peleando. Tumbaron al piso uno de los ataúdes.
Apalearon a sus familiares. Y tomaron por asalto el cementerio. Acaso por temor
a que los difuntos resucitaran. Cayó el comandante general de la región. Todo
indica, empero, que él ejecutó órdenes de un autor mediato.
Hay
en las horas actuales una tensa calma. La sangre está en muchos ojos. Están los muertos, no
la solución. Hay cáliz. Hay espinas, Hay innegables luchas. Falta la salida. Miles
de cajamarquinos aguardan. El Perú entero también.
El
final de todo esto acaso sea algo que el gran poeta César Vallejo, que
representa a la nación en formación, ya avizorara. “Y si
después de tanta palabra no sobrevive la palabra”, dijo. Y, sin embargo, lo que
menos debiera preocupar a todos es la palabra. Se requieren de urgentes hechos
que partan de defender los derechos de los de Abajo, de los pobres, del pueblo.
Negociar en defensa de los intereses del pueblo
cajamarquino. Eso corresponde.
Desde aquí nuestra conmovida solidaridad con el pueblo cajamarquino, con su
justa lucha. Nos quedamos con la interrogante: ¿Y si después de tantos
muertos no hay solución? Acaso sea prudente la solución del buen número de los
pobres.
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