martes, 10 de julio de 2012


Cajamarca

Cáliz y Espinas. Actores y Actos

Diálogo hasta la muerte

Cajamarca es un campo de batalla. Anda en  guerra casi permanente. Se va por los nueve mese y la paz no termina de parir. No es una Esparta ni una ciudad de Troya. Parece un pequeño Tahuantinsuyo con exorbitante pobreza y poca agua. Y claro, hay también caciques poco políticos. Empero, pareciera que el fin del mundo llegará antes del 28 de julio. Queda la duda de si será para bien o para mal. Ojalá sea por el bien de los de Abajo.
Un sector de la prensa –acaso poco libre– atizó y atiza posiciones irreductibles. Maximalistas de uno y otro lado continúan en la arena de un combate entre el agua y el oro. La vida, entre tanto, se va entre los dedos de manos llenas de pólvora. Cinco muertos después se insiste en la ya poco creíble bandera de “Dialogo hasta la muerte”. La sensación es que va quedando la muerte.
En medio de ese apocalipsis, un periodista lanzó una dramática expresión. Sin querer queriendo, describió  la situación de Cajamarca. Dialogo hasta la muerte”, dijo. Le impregnó  un  tono de  ironía y esbozó una casi imperceptible sonrisa. Quedó claro que no cree en el diálogo.
Hoy los actores entraron a una suerte de “Diálogo Armado”. Los ronderos acusados de violentistas brindan seguridad a un nuevo intento de diálogo. El sacerdote Monseñor Cabrejos encabeza una Comitiva al parecer de paz. Empero llega con el militarismo a cuestas. El Gobierno insiste en no levantar el Estado de Emergencia.  Y alrededor de 171 personas están acusadas por la fiscalía de Lambayeque por participación en diversos hechos supuestamente punibles, desde que comenzaron las protestas en Cajamarca, en noviembre del año pasado.
Y, para redondear ironías, el señor Valdez –aun en lenta agonía en el premiariato- lanzó una expresión desde Macusani, Puno.  La población debe entender –dijo- que el Gobierno defiende el medio ambiente”. Acaso sea porque resulta difícil entender lo que no se ve.
Poco favor le hizo –igualmente-  a los propósitos de paz las precipitadas declaraciones del mandatario de la república, señor Ollanta Humala Tasso. Me da asco como exprimen al muertito”, afirmó. Para nada se le escuchó sentimientos de solidaridad y dolor por la sangre derramada.
No solo los deudos, sino buena parte de la población cajamarquina inmediatamente se indignaron. “¿Quién mató a Joselito? Ollanta”, “Ollanta asesino”, “Ollanta traidor”, resonaron por las calles de lo que un día perteneció al denominado Tahuantinsuyo.
Atizó –también-  la ira popular el que las fuerzas del orden reprimieron en pleno entierro de los caídos. Parecía que los muertos continuaban peleando. Tumbaron al piso uno de los ataúdes. Apalearon a sus familiares. Y tomaron por asalto el cementerio. Acaso por temor a que los difuntos resucitaran. Cayó el comandante general de la región. Todo indica, empero, que él ejecutó órdenes de un autor mediato.
Hay en las horas actuales una tensa calma. La sangre está en muchos ojos. Están los muertos, no la solución. Hay cáliz. Hay espinas, Hay innegables luchas. Falta la salida. Miles de cajamarquinos aguardan. El Perú entero también.
El final de todo esto acaso sea algo que el gran poeta César Vallejo, que representa a la nación en formación, ya avizorara. “Y si después de tanta palabra no sobrevive la palabra”, dijo. Y, sin embargo, lo que menos debiera preocupar a todos es la palabra. Se requieren de urgentes hechos que partan de defender los derechos de los de Abajo, de los pobres, del pueblo. Negociar en defensa de los intereses del pueblo cajamarquino. Eso corresponde. Desde aquí nuestra conmovida solidaridad con el pueblo cajamarquino, con su justa lucha. Nos quedamos con la interrogante: ¿Y si después  de tantos muertos no hay solución? Acaso sea prudente la solución del buen número de los pobres. 

 

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