Servicio militar obligatorio
Unos ponen la vida,
otros la panza
Desde los tiempos
de las Legiones Romanas siempre se reclutó a los jóvenes por la fuerza. Históricamente, servir a los ejércitos
siempre ha sido una obligación. Históricamente, también, se movió el altruismo
de servir a la patria. Las mujeres espartanas solían enviar con alegría a sus
hijos a la guerra. Pero, hoy ya no se ven grandes ejércitos desplegados. Se ve
carencia de Aquiles, de Aníbales y de Espartacos. Hoy se habla de ejércitos
pequeños, pero profesionales. Y en el Perú hay un notorio retroceso en la
política de la defensa nacional, pretendiendo soldados cuasi esclavos.
¿Buscando quizá un ejército profesional de esclavos? Y, ¿la mejor manera de
servir a la patria es solo empuñando un fusil? No parece, en todo caso, algo
muy pacífico que digamos.
Durante la Segundo Guerra
Mundial, la Rusia de Stalin movilizó a toda su población. Cada poblador era un
soldado. Así derrotaron a Hitler. Hoy, la deserción militar, en la Rusia de
Putin va en aumento. Algo similar ocurre en los ejércitos de EE.UU. e Israel,
aunque en este país, aún ahora, no dejan de enrolarse movidos por el misticismo
sionista.
Los yanquis, durante la Primera
Guerra Mundial, pusieron un millón de hombres. Hoy, en pleno siglo XXI, su
ejército está compuesto en buena parte por inmigrantes voluntarios, latinos,
por ejemplo, a los que se les ofrece a cambio de su servicio al ejército, la
residencia norteamericana. Aun así no deja de ser la primera potencia militar
del orbe, con alrededor de 800 Bases Militares desplegadas en todo el mundo.
Pero, es bien cierto también
que prácticamente toda la población estadounidense está armada, aunque
pareciera no saber a qué enemigo apunta. Preocupado, el señor Obama acaba de
pedir al Congreso apoyo “para frenar la violencias de las armas”. Algo que
pareciera ir en contrario en uno de los países más armados y violentos del
planeta.
HAGA EL AMOR Y NO LA GUERRA
Los jóvenes cada vez más se
muestran menos dispuestos a la guerra. No pocos soldados norteamericanos
regresaron decepcionados de la guerra en Irak y Afganistán a las que se les
convocó para la supuesta lucha del “bien contra el mal” o por “La Libertad, la
Democracia y la Paz”.
Y, por cierto, está en ellos el
recuerdo de Vietnam con –según últimas investigaciones– cuatro millones de
muertos en los 60 del siglo pasado y la propia guerra de Corea en los 50 con
más de dos millones de muertos. Eran los tiempos en los que los hippies decían “Hagan el amor y no la
guerra”. Quizá por ello, EE.UU. promovió los “Ejércitos de Uno”.
La idea que se vendía era que
un individuo como “Rambo” derrotaba a todo un ejército enemigo. Hoy los jóvenes
estadounidenses ya no creen en eso y no pocos han empezado a disparar a su
propia población. Triste y lamentable, pero trágicamente cierto.
Salvo los ejércitos de la
República Popular de China, de la República Popular Democrática de Corea del
Norte, o de la República Popular de Cuba, así como el de Irán, la tendencia en
Occidente es hacia ejércitos pequeños.
El Perú no parece ser la
excepción. Apenas el 30% de soldados que requiere el ejército peruano logra
cubrirse. Dicen que se requieren 18 mil, o sea que hay un déficit de alrededor
de 12 600 conscriptos. Otros señalan que el ejército necesita 60 mil soldados.
Aunque el ejército de Chile, con la venia imperial yanqui, crece y se arma cada
vez más al influjo del 10% del canon al cobre.
EL PROBLEMA DE LA MORAL
En Corea del Norte es
obligatorio enrolarse en el denominado Ejército Rojo. Ningún joven escapa a
eso. Pero, en el servicio los preparan y los profesionalizan en los campos de
las ciencias y de las necesidades laborales del país. En China es algo similar.
También en Cuba, donde, igualmente, todos son preparados desde muy niños para
defender a su patria.
En el Perú, más del 90% de
soldados que salen de los cuarteles no saben lo que son ni a dónde van. “Entran
con una propina de 256 soles y salen –con suerte– con una propina de 356 soles”,
a decir nada menos que del propio jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, almirante José Cueto.
En EE.UU, las fuerzas armadas,
como cualquier empresa o entidad laboral, se disputan a los jóvenes a cambio de
profesionalizarlos y de una remuneración tentadora. Acá se les lleva como
“carne de cañón” al VRAEM a cambio de 256 míseros soles y en no pocas ocasiones
se les abandona a su suerte.
Más de un acongojado padre se
ha visto en el conmovedor drama de buscar a sus hijos en zona considerada de
guerra para, por lo menos, rescatar el cuerpo de su ser querido. Y encima, los
soldados que denuncian esta situación son enjuiciados por su comando. De modo
que resulta evidente el maltrato a los jóvenes provenientes históricamente del
ejército de los pobres.
El ejército del Imperio Incaico
estuvo conformado por soldados de grupos, nacionalidades y etnias derrotadas
por los Quechuas, pero que permanecían ahí a cambio de una alimentación segura.
Esa situación, precisamente, fue aprovechada por las huestes de Pizarro, para
dividir al Tahuantinsuyo.
En tiempos de la Guerra por la
Independencia, a comienzos del siglo XIX, Bolívar conformó un ejército de
voluntarios integrado en buena parte por siervos y esclavos a los que se les
ofreció la libertad a cambio de su servicio a la patria. Los terratenientes
pusieron a sus “fuerzas” que defendían sus feudos, a cambio de tierra y dinero
una vez lograda la Independencia. Otros, pusieron dinero con la condición de
que luego se les devuelva con creces. Quizá por eso, una vez terminada la
denominada “empresa libertadora” un puñado de individuos que “invirtió” en el
proceso emancipatorio, se hizo millonario a costa de las arcas de la naciente
República del Perú.
Durante la denominada Guerra
del Pacífico, un historiador francés señala que cuando a los soldados chilenos
se les preguntaba por qué luchaban respondían “por mi patria”; y cuando se les
preguntaba lo mismo a los soldados peruanos, decían “por Piérola” o por
“Iglesias”. Eso era en la costa, pero en las profundidades de la sierra las
masas sí sabían por qué luchaban.
En los 80, en el Perú, muchos
jóvenes –a los que el ex mandatario García Pérez manifestó su admiración “por
su mística”; a los mismos que un alto oficial de la marina, concluida la
Batalla del Frontón, se refirió diciendo: “Con cien de estos le ganábamos la
guerra a Chile”– se incorporaron a la subversión, que llegó a controlar casi
dos tercios del territorio, bajo la aspiración de tomar el poder. Ciertamente,
también hubo desbande y deserción en las filas de la subversión.
Durante la crisis argentina en
el 2001, con el denominado “corralito”, miles de jóvenes se enrolaron al
ejército porque así obtenían un ingreso seguro en medio del desempleo que
azotaba a la nación gaucha. Actualmente, en el contexto del tema de Las
Malvinas, la mandataria argentina piensa estimular el espíritu nacional en su
país.
En síntesis, voluntarios u
obligatorios, los ejércitos –regulares o irregulares- siempre contaron con un
estímulo, con una motivación, con una convicción. En buena cuenta: con una
moral de por medio. Napoleón decía que en la guerra el setenta por ciento es
moral. Clausewitz, el gran estratega militar prusiano, precisaba que el
problema de la guerra es de “Resolución” y que resolución es tener absoluta
convicción.
BUENOS VOLUNTARIOS
El presidente de la república,
Ollanta Humala Tasso, llamó a los jóvenes para que realicen el Servicio Militar
Voluntario “para que sean buenos ciudadanos”, precisó.La pregunta sería: ¿solo de
las botas salen buenos ciudadanos? ¿Cómo se explica en todo caso el cuestionado
convenio con supuestos expertos israelíes, durante la administración
anterior, que implicó un gasto de unos
45 millones de soles que bien pudieron servir para darle, más que propinas a
los soldados, un salario digno?
El señor Isaac Humala, por su
parte, dijo que “en un país así (haciendo alusión a la guerra con Chile), estar
contra el Servicio Militar Obligatorio es una cobardía”. En todo caso,
suponemos que no se refiere a los pobres, a las masas que siempre defendieron
nuestras fronteras con sus propias vidas, como en Leticia a comienzos del siglo
XX.
Sin embargo, es bien cierto
también que la tendencia hoy en el mundo es de ejércitos conformados por
voluntarios que deciden enrolarse por vocación militar. Y, sin embargo, es
igualmente cierto, que luego de la Segunda Guerra Mundial las potencias han
promovido ejércitos de mercenarios. Este es el caso de Libia, para derrocar al
dictador Gadafi, o lo que viene sucediendo en Siria, otra muestra. En muchos casos
se recluta a la escoria, la lumpenería, con propósitos políticos de echarse
abajo al régimen o gobierno que no está acorde con los mandatos imperialistas.
Hasta la Segunda Guerra
Mundial, ser militar era todo un honor. Llenaba de bríos y de prestigio. Hoy el desprestigio y la opinión pública en
contra de los ejércitos a nivel mundial son cada vez mayores. En España,
Inglaterra, Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos, entre otros, sus pueblos
exigen el retiro de sus fuerzas armadas de las zonas y regiones que invadieron.
Ya los norteamericanos experimentaron una situación similar durante la guerra
de Vietnam en los 60 y la guerra de Corea en los 50.
Quizá sea porque hoy no hay un
De Gaulle, o un Montgomery o un Molotov. Como tampoco hay estrategias como Roosevelt,
Churchill o el mismo Stalin. Quizá sea también porque luego de la Segunda
Guerra Mundial, en cada conflicto bélico en el mundo, el 80% de las víctimas
son civiles.
GUERRA SIN FRONTERAS
Solo en los límites con
Ecuador, el Perú tiene alrededor de 1,600 kilómetros de frontera que cuidar
–similar en los límites con Chile–, pero la mayoría de los escasos soldados
están abocados a la denominada Guerra contra el Narcotráfico, en el VRAEM.
Pareciera no tenerse claro las fronteras de la guerra por la defensa de la
soberanía nacional.
Pedro Yaranga, un entendido en
lucha antisubversiva dice que a los soldados reenganchados que están en el
VRAEM se les debe dar como incentivo un sueldo mínimo, es decir, 750 soles,
porque son los que tienen experiencia que no se debe desaprovechar. Precisa que
“los que van al VRAEM son los más pobres de la selva, pero van por su propia
voluntad”.
Al respecto, el general en
retiro Roberto Chiabra, ministro de defensa durante el gobierno de Toledo, dice
que se debe dejar “ya de maltratar a los soldados; que aporten las empresas y
los gobiernos regionales. Que sea un sueldo mínimo lo que se les dé”. Y se
muestra partidario de que servir a la patria sea voluntario, como en cualquier
profesión. Chiabra criticó de facilismo y discriminadora la cuestionada norma
“a razón de que solo los estudiantes universitarios estarían exonerados del
servicio, y no los de institutos técnicos, así como los que puedan pagar la
multa de s/. 1,850”, precisó.
ESTRATEGAS CONFUNDIDOS
El Jefe del Comando Conjunto de
las fuerzas armadas, José Cueto, dijo que “los reclutas no son carne de cañón”.
Considera que “lo que algunos pretenden es amedrentar a los jóvenes, hacerles
creer que servir a su patria es grave y que serán enviados al VRAEM”.
Casi en los mismos términos se
pronunció el propio premier, Juan Jiménez Mayor, remarcando que los jóvenes no
serían enviados al VRAEM. Empero, casi inmediatamente también salió nada menos
que el viceministro de defensa, Sánchez De Bernardini, a enmendarles la plana.
“A los seis meses, ya están listos para ir al VRAEM”, apuntó.
“El Ejecutivo tiene que
entender que no se pueden hacer las cosas a patadas” (O sea, a la guerra),
comentó por su parte la congresista pepecista Lourdes Alcorta.
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