miércoles, 15 de mayo de 2013


Servicio militar obligatorio

Unos ponen la vida, otros la panza

Desde los tiempos de las Legiones Romanas siempre se reclutó a los jóvenes por la fuerza.  Históricamente, servir a los ejércitos siempre ha sido una obligación. Históricamente, también, se movió el altruismo de servir a la patria. Las mujeres espartanas solían enviar con alegría a sus hijos a la guerra. Pero, hoy ya no se ven grandes ejércitos desplegados. Se ve carencia de Aquiles, de Aníbales y de Espartacos. Hoy se habla de ejércitos pequeños, pero profesionales. Y en el Perú hay un notorio retroceso en la política de la defensa nacional, pretendiendo soldados cuasi esclavos. ¿Buscando quizá un ejército profesional de esclavos? Y, ¿la mejor manera de servir a la patria es solo empuñando un fusil? No parece, en todo caso, algo muy pacífico que digamos.

Durante la Segundo Guerra Mundial, la Rusia de Stalin movilizó a toda su población. Cada poblador era un soldado. Así derrotaron a Hitler. Hoy, la deserción militar, en la Rusia de Putin va en aumento. Algo similar ocurre en los ejércitos de EE.UU. e Israel, aunque en este país, aún ahora, no dejan de enrolarse movidos por el misticismo sionista.
Los yanquis, durante la Primera Guerra Mundial, pusieron un millón de hombres. Hoy, en pleno siglo XXI, su ejército está compuesto en buena parte por inmigrantes voluntarios, latinos, por ejemplo, a los que se les ofrece a cambio de su servicio al ejército, la residencia norteamericana. Aun así no deja de ser la primera potencia militar del orbe, con alrededor de 800 Bases Militares desplegadas en todo el mundo.
Pero, es bien cierto también que prácticamente toda la población estadounidense está armada, aunque pareciera no saber a qué enemigo apunta. Preocupado, el señor Obama acaba de pedir al Congreso apoyo “para frenar la violencias de las armas”. Algo que pareciera ir en contrario en uno de los países más armados y violentos del planeta.

HAGA EL AMOR Y NO LA GUERRA
Los jóvenes cada vez más se muestran menos dispuestos a la guerra. No pocos soldados norteamericanos regresaron decepcionados de la guerra en Irak y Afganistán a las que se les convocó para la supuesta lucha del “bien contra el mal” o por “La Libertad, la Democracia y la Paz”.
Y, por cierto, está en ellos el recuerdo de Vietnam con –según últimas investigaciones– cuatro millones de muertos en los 60 del siglo pasado y la propia guerra de Corea en los 50 con más de dos millones de muertos. Eran los tiempos en los que los hippies decían “Hagan el amor y no la guerra”. Quizá por ello, EE.UU. promovió los “Ejércitos de Uno”.
La idea que se vendía era que un individuo como “Rambo” derrotaba a todo un ejército enemigo. Hoy los jóvenes estadounidenses ya no creen en eso y no pocos han empezado a disparar a su propia población. Triste y lamentable, pero trágicamente cierto.
Salvo los ejércitos de la República Popular de China, de la República Popular Democrática de Corea del Norte, o de la República Popular de Cuba, así como el de Irán, la tendencia en Occidente es hacia ejércitos pequeños.
El Perú no parece ser la excepción. Apenas el 30% de soldados que requiere el ejército peruano logra cubrirse. Dicen que se requieren 18 mil, o sea que hay un déficit de alrededor de 12 600 conscriptos. Otros señalan que el ejército necesita 60 mil soldados. Aunque el ejército de Chile, con la venia imperial yanqui, crece y se arma cada vez más al influjo del 10% del canon al cobre.

EL PROBLEMA DE LA MORAL
En Corea del Norte es obligatorio enrolarse en el denominado Ejército Rojo. Ningún joven escapa a eso. Pero, en el servicio los preparan y los profesionalizan en los campos de las ciencias y de las necesidades laborales del país. En China es algo similar. También en Cuba, donde, igualmente, todos son preparados desde muy niños para defender a su patria.
En el Perú, más del 90% de soldados que salen de los cuarteles no saben lo que son ni a dónde van. “Entran con una propina de 256 soles y salen –con suerte– con una propina de 356 soles”, a decir nada menos que del propio jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, almirante José Cueto.
En EE.UU, las fuerzas armadas, como cualquier empresa o entidad laboral, se disputan a los jóvenes a cambio de profesionalizarlos y de una remuneración tentadora. Acá se les lleva como “carne de cañón” al VRAEM a cambio de 256 míseros soles y en no pocas ocasiones se les abandona a su suerte.
Más de un acongojado padre se ha visto en el conmovedor drama de buscar a sus hijos en zona considerada de guerra para, por lo menos, rescatar el cuerpo de su ser querido. Y encima, los soldados que denuncian esta situación son enjuiciados por su comando. De modo que resulta evidente el maltrato a los jóvenes provenientes históricamente del ejército de los pobres.
El ejército del Imperio Incaico estuvo conformado por soldados de grupos, nacionalidades y etnias derrotadas por los Quechuas, pero que permanecían ahí a cambio de una alimentación segura. Esa situación, precisamente, fue aprovechada por las huestes de Pizarro, para dividir al Tahuantinsuyo.
En tiempos de la Guerra por la Independencia, a comienzos del siglo XIX, Bolívar conformó un ejército de voluntarios integrado en buena parte por siervos y esclavos a los que se les ofreció la libertad a cambio de su servicio a la patria. Los terratenientes pusieron a sus “fuerzas” que defendían sus feudos, a cambio de tierra y dinero una vez lograda la Independencia. Otros, pusieron dinero con la condición de que luego se les devuelva con creces. Quizá por eso, una vez terminada la denominada “empresa libertadora” un puñado de individuos que “invirtió” en el proceso emancipatorio, se hizo millonario a costa de las arcas de la naciente República del Perú.
Durante la denominada Guerra del Pacífico, un historiador francés señala que cuando a los soldados chilenos se les preguntaba por qué luchaban respondían “por mi patria”; y cuando se les preguntaba lo mismo a los soldados peruanos, decían “por Piérola” o por “Iglesias”. Eso era en la costa, pero en las profundidades de la sierra las masas sí sabían por qué luchaban.
En los 80, en el Perú, muchos jóvenes –a los que el ex mandatario García Pérez manifestó su admiración “por su mística”; a los mismos que un alto oficial de la marina, concluida la Batalla del Frontón, se refirió diciendo: “Con cien de estos le ganábamos la guerra a Chile”– se incorporaron a la subversión, que llegó a controlar casi dos tercios del territorio, bajo la aspiración de tomar el poder. Ciertamente, también hubo desbande y deserción en las filas de la subversión.
Durante la crisis argentina en el 2001, con el denominado “corralito”, miles de jóvenes se enrolaron al ejército porque así obtenían un ingreso seguro en medio del desempleo que azotaba a la nación gaucha. Actualmente, en el contexto del tema de Las Malvinas, la mandataria argentina piensa estimular el espíritu nacional en su país.
En síntesis, voluntarios u obligatorios, los ejércitos –regulares o irregulares- siempre contaron con un estímulo, con una motivación, con una convicción. En buena cuenta: con una moral de por medio. Napoleón decía que en la guerra el setenta por ciento es moral. Clausewitz, el gran estratega militar prusiano, precisaba que el problema de la guerra es de “Resolución” y que resolución es tener absoluta convicción.

BUENOS VOLUNTARIOS
El presidente de la república, Ollanta Humala Tasso, llamó a los jóvenes para que realicen el Servicio Militar Voluntario “para que sean buenos ciudadanos”, precisó.La pregunta sería: ¿solo de las botas salen buenos ciudadanos? ¿Cómo se explica en todo caso el cuestionado convenio con supuestos expertos israelíes, durante la administración anterior,  que implicó un gasto de unos 45 millones de soles que bien pudieron servir para darle, más que propinas a los soldados, un salario digno?
El señor Isaac Humala, por su parte, dijo que “en un país así (haciendo alusión a la guerra con Chile), estar contra el Servicio Militar Obligatorio es una cobardía”. En todo caso, suponemos que no se refiere a los pobres, a las masas que siempre defendieron nuestras fronteras con sus propias vidas, como en Leticia a comienzos del siglo XX.
Sin embargo, es bien cierto también que la tendencia hoy en el mundo es de ejércitos conformados por voluntarios que deciden enrolarse por vocación militar. Y, sin embargo, es igualmente cierto, que luego de la Segunda Guerra Mundial las potencias han promovido ejércitos de mercenarios. Este es el caso de Libia, para derrocar al dictador Gadafi, o lo que viene sucediendo en Siria, otra muestra. En muchos casos se recluta a la escoria, la lumpenería, con propósitos políticos de echarse abajo al régimen o gobierno que no está acorde con los mandatos imperialistas.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, ser militar era todo un honor. Llenaba de bríos y de prestigio.  Hoy el desprestigio y la opinión pública en contra de los ejércitos a nivel mundial son cada vez mayores. En España, Inglaterra, Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos, entre otros, sus pueblos exigen el retiro de sus fuerzas armadas de las zonas y regiones que invadieron. Ya los norteamericanos experimentaron una situación similar durante la guerra de Vietnam en los 60 y la guerra de Corea en los 50.
Quizá sea porque hoy no hay un De Gaulle, o un Montgomery o un Molotov. Como tampoco hay estrategias como Roosevelt, Churchill o el mismo Stalin. Quizá sea también porque luego de la Segunda Guerra Mundial, en cada conflicto bélico en el mundo, el 80% de las víctimas son civiles.

GUERRA SIN FRONTERAS
Solo en los límites con Ecuador, el Perú tiene alrededor de 1,600 kilómetros de frontera que cuidar –similar en los límites con Chile–, pero la mayoría de los escasos soldados están abocados a la denominada Guerra contra el Narcotráfico, en el VRAEM. Pareciera no tenerse claro las fronteras de la guerra por la defensa de la soberanía nacional.
Pedro Yaranga, un entendido en lucha antisubversiva dice que a los soldados reenganchados que están en el VRAEM se les debe dar como incentivo un sueldo mínimo, es decir, 750 soles, porque son los que tienen experiencia que no se debe desaprovechar. Precisa que “los que van al VRAEM son los más pobres de la selva, pero van por su propia voluntad”.
Al respecto, el general en retiro Roberto Chiabra, ministro de defensa durante el gobierno de Toledo, dice que se debe dejar “ya de maltratar a los soldados; que aporten las empresas y los gobiernos regionales. Que sea un sueldo mínimo lo que se les dé”. Y se muestra partidario de que servir a la patria sea voluntario, como en cualquier profesión. Chiabra criticó de facilismo y discriminadora la cuestionada norma “a razón de que solo los estudiantes universitarios estarían exonerados del servicio, y no los de institutos técnicos, así como los que puedan pagar la multa de s/. 1,850”, precisó.

ESTRATEGAS CONFUNDIDOS
El Jefe del Comando Conjunto de las fuerzas armadas, José Cueto, dijo que “los reclutas no son carne de cañón”. Considera que “lo que algunos pretenden es amedrentar a los jóvenes, hacerles creer que servir a su patria es grave y que serán enviados al VRAEM”.
Casi en los mismos términos se pronunció el propio premier, Juan Jiménez Mayor, remarcando que los jóvenes no serían enviados al VRAEM. Empero, casi inmediatamente también salió nada menos que el viceministro de defensa, Sánchez De Bernardini, a enmendarles la plana. “A los seis meses, ya están listos para ir al VRAEM”, apuntó.
“El Ejecutivo tiene que entender que no se pueden hacer las cosas a patadas” (O sea, a la guerra), comentó por su parte la congresista pepecista Lourdes Alcorta.


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