Margaret
Thatcher:
La que parió dos crisis
La señora Thatcher no se fue en olor a multitud,
como el satanizado Hugo Chávez. Murió ella casi privadamente; él, en cambio,
acaso demasiadamente público, aunque partieron casi al mismo tiempo. Se fue la
dama neoliberal, ciertamente, acorde con el neoliberalismo que promovió: privatísimamente.
Murió.
Pero se fue embarazada de individualismo y de soledad. Fue no solo militante
madre del neoliberalismo, sino mujer, amante. Y, como buena adepta y leal al
amo al que sirvió con mucha convicción como ella misma dijese –“Soy una mujer
de convicciones”–, aceptó pasar sus últimos días en el asilo neoliberal del
olvido. Seguramente por eso alguien preguntó: “¿Qué, ya no se había muerto?”.
El
propio Financial Time le dedicó acaso
un tardío tributo por los servicios prestados. Seguramente porque el contexto
de profunda, larga y sostenida crisis del neoliberalismo y la globalización no
está exactamente como para celebrar nada. Menos aún pueden celebrar las
millones de víctimas del llamado “Ensayo del Modelo Neoliberal” no in vitro, sino directo a la vena y vida
de los más pobres. Seguramente por eso, también, en la propia Inglaterra,
muchos destaparon botellas de celebración.
Sin
embargo, la señora Thatcher llevaba en su vientre –por lo menos desde fines de
los setenta, cuando empezó su gesta individualista, cuando pretendió convencer
al mundo que el ser humano no es un producto social, sino hechura individual–
dos crisis que, ciertamente, no nacieron a los nueve meses como en el común de
las mujeres, sino casi treinta años después. La primera, en 1998 y, unos diez años a
continuación, la segunda, en el 2008. Fue pregonera y agorera de crisis, acaso
estúpidamente sin saberlo.
Se
creyó el cuento y quiso hacerlo creer a otros que el capitalismo, por
naturaleza, por esencia, no genera crisis económicas cada vez mayores, sino que
ese pequeño problemita obedecería a una circunstancia estatal. Hoy, quienes la
usaron, ya no hablan de “El fin de las crisis económicas”, sino que las reconocen
como parte del sistema, para las que “lo único que queda es estar preparados” y
enfrentarlas como quien espera un terremoto casi seguro en algún momento en
Chile o Japón. Por lo menos así lo entiende nada menos que quien es gerente de
investigaciones del BID para la región de Latinoamérica.
La
tragedia de la señora Thatcher residía en que mientras negaba las crisis
económicas del capitalismo, estaba ya embarazada de esas crisis. Claro, aceptó
de buena gana su empollamiento porque de hecho eso a ella no la afectaría.
La
denominada “Dama de Hierro”, fue la primera negando la esencial condición y
producto social del hombre. Si hasta olvidó que incluso para que ella misma
naciese tuvieron que juntarse dos.
¿Qué
otra parte del universo –de algún confín de lo infinito– le aceptará para que
alumbre esos engendros de individualismo y de egoísmo? Se fue aunque,
lamentablemente, con su muerte no se fueron el individualismo y el egoísmo. Una
pena, porque siendo ambos la raíz misma del neoliberalismo debieron acompañarla
y para siempre.
La
sentencia de la historia
Sus
relativos iniciales llamados logros –si así se puede considerar a negar toda
clase de derechos a millones de seres humanos en el mundo, en el caso de
Inglaterra con más de 3 millones de despedidos a costa de quienes incluso la
propia señora Thatcher vivió–, el tiempo se encargó de desmentirla.
Cierto
que Inglaterra antes de ella estaba mal, pero ahora, luego de la terapia
económica impuesta por ella, se encuentra mucho peor. En todo caso, China
estaba también mal en ese contexto mundial. Casi tres décadas después, resulta
innegable que se proyecta como la superpotencia mundial que competirá de igual
a igual con EE.UU. en un eventual mundo Bipolar que se avizora. La “Vieja
Zorra” inglesa –como le llamaban sus enemigos– en cambio, transita cada vez más
profusamente por una recesión de la que no logra salir.
Un
rendido admirador de la señora Thatcher, el Nobel de literatura Mario Vargas
Llosa, dice algo sumamente expresivo al respecto: “Por supuesto que los sacrificios
fueron enormes, pero, sin los cambios que ellos significaron, el Reino Unido
estaría ahora mucho peor de lo que está”. Debe entenderse eso como que “está
peor”, solo que “no mucho”.
¿Quiere
decir que la señora Thatcher avizoró esa perspectiva para su país hace más de
30 años y lo que hizo fue para que ahora los ingleses “no estén mucho peor”?
En
todo caso, dentro del camino capitalista, Teng Siao Ping con su capitalismo
estatal, usando abiertamente al Estado como palanca, tuvo “mejores logros” que
la señora Thatcher. De modo que, dentro de un sistema como el existente, eso de
renunciar al Estado, resulta un despropósito. ¿Y los propios grandes monopolios
imperialistas no han sido salvados gracias al Estado?
Teng
y Thatcher, casi al mismo tiempo –1976 y 1980, respectivamente–, iniciaron el
recorrido del mismo camino. El primero lo hizo usando abiertamente el Estado; la
segunda, renegó del Estado incluso como ente estratégico planificador de
grandes proyectos.
Claro,
no es que en China el Estado esté al servicio del pueblo. Sucede que Teng
aprovechó todo lo construido por el socialismo y lo puso al servicio del
capitalismo, algo parecido a lo que hizo Putin en Rusia.
Tampoco,
resulta del todo cierto el que se diga que gracias a ella y a su socio Ronald
Reagan cayó la llamada “Cortina de Hierro”. El también denominado “mundo
socialista”, ya se encontraba en profunda crisis y descomposición.
Y
es que, desde la muerte de Stalin, en 1954- hasta 1980, cuando aparecen en
escena la pareja Thatcher – Reagan, la entonces Unión Soviética llevaba casi
tres décadas de involución, de acelerados pasos tendientes al restablecimiento
del capitalismo.
De
manera que el Rush final del hundimiento de la ex Unión Soviética, cierto que
se dio en la última década, cuando el neoliberalismo y la globalización
empezaron a implantarse en Inglaterra, Chile y querían que se aplique también
en Bolivia. Pero fue la naturaleza interna de las contradicciones soviéticas
las que llevaron a la caída del emblemático símbolo de la Guerra Fría: la
“Cortina de Hierro”. Y claro, Gorbachov fue pieza importante en esa
destrucción.
La
ciencia nunca es justa
Hay
quienes se lamentan de que la controversial “Dama de Hierro”, que genera
pasiones encontradas, no haya recibido un Premio Nóbel en Economía y que
incluso su propia Alma Mater, la universidad de Oxford, no le otorgase el
Honoris Causa. Y hasta se quejan de que los intelectuales y académicos no la
aprecien. La explicación de esta supuesta injusticia científica, estaría, a
entender de algunos, en que la “clase intelectual siempre la odió”. Por lo
menos así piensa el señor Vargas Llosa.
Lo
cierto es que la señora Thatcher no es la Stephen Hawking de la economía. El
tiempo, como el mejor aliado no solo de la historia, sino principalmente, de la
verdad, ya dio su lento pero incontrovertible veredicto: No estamos ante “El
último hombre y el fin de la historia”, sino que “hay un universo en infinita
expansión que tiende hacia algo más promisorio y distinto al que se nos ha
acostumbrado a ver.
Foto
Se
fue la mujer del Neoliberalismo. Pero también la madre del individualismo, del
liberalismo en el denominado Mundo Moderno.
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