miércoles, 15 de mayo de 2013


Margaret Thatcher:
La que parió dos crisis

La señora Thatcher no se fue en olor a multitud, como el satanizado Hugo Chávez. Murió ella casi privadamente; él, en cambio, acaso demasiadamente público, aunque partieron casi al mismo tiempo. Se fue la dama neoliberal, ciertamente, acorde con el neoliberalismo que promovió: privatísimamente.


Murió. Pero se fue embarazada de individualismo y de soledad. Fue no solo militante madre del neoliberalismo, sino mujer, amante. Y, como buena adepta y leal al amo al que sirvió con mucha convicción como ella misma dijese –“Soy una mujer de convicciones”–, aceptó pasar sus últimos días en el asilo neoliberal del olvido. Seguramente por eso alguien preguntó: “¿Qué, ya no se había muerto?”.
El propio Financial Time le dedicó acaso un tardío tributo por los servicios prestados. Seguramente porque el contexto de profunda, larga y sostenida crisis del neoliberalismo y la globalización no está exactamente como para celebrar nada. Menos aún pueden celebrar las millones de víctimas del llamado “Ensayo del Modelo Neoliberal” no in vitro, sino directo a la vena y vida de los más pobres. Seguramente por eso, también, en la propia Inglaterra, muchos destaparon botellas de celebración.
Sin embargo, la señora Thatcher llevaba en su vientre –por lo menos desde fines de los setenta, cuando empezó su gesta individualista, cuando pretendió convencer al mundo que el ser humano no es un producto social, sino hechura individual– dos crisis que, ciertamente, no nacieron a los nueve meses como en el común de las mujeres, sino casi treinta años después.  La primera, en 1998 y, unos diez años a continuación, la segunda, en el 2008. Fue pregonera y agorera de crisis, acaso estúpidamente sin saberlo.
Se creyó el cuento y quiso hacerlo creer a otros que el capitalismo, por naturaleza, por esencia, no genera crisis económicas cada vez mayores, sino que ese pequeño problemita obedecería a una circunstancia estatal. Hoy, quienes la usaron, ya no hablan de “El fin de las crisis económicas”, sino que las reconocen como parte del sistema, para las que “lo único que queda es estar preparados” y enfrentarlas como quien espera un terremoto casi seguro en algún momento en Chile o Japón. Por lo menos así lo entiende nada menos que quien es gerente de investigaciones del BID para la región de Latinoamérica.
La tragedia de la señora Thatcher residía en que mientras negaba las crisis económicas del capitalismo, estaba ya embarazada de esas crisis. Claro, aceptó de buena gana su empollamiento porque de hecho eso a ella no la afectaría.
La denominada “Dama de Hierro”, fue la primera negando la esencial condición y producto social del hombre. Si hasta olvidó que incluso para que ella misma naciese tuvieron que juntarse dos.
¿Qué otra parte del universo –de algún confín de lo infinito– le aceptará para que alumbre esos engendros de individualismo y de egoísmo? Se fue aunque, lamentablemente, con su muerte no se fueron el individualismo y el egoísmo. Una pena, porque siendo ambos la raíz misma del neoliberalismo debieron acompañarla y para siempre.

La sentencia de la historia
Sus relativos iniciales llamados logros –si así se puede considerar a negar toda clase de derechos a millones de seres humanos en el mundo, en el caso de Inglaterra con más de 3 millones de despedidos a costa de quienes incluso la propia señora Thatcher vivió–, el tiempo se encargó de desmentirla.
Cierto que Inglaterra antes de ella estaba mal, pero ahora, luego de la terapia económica impuesta por ella, se encuentra mucho peor. En todo caso, China estaba también mal en ese contexto mundial. Casi tres décadas después, resulta innegable que se proyecta como la superpotencia mundial que competirá de igual a igual con EE.UU. en un eventual mundo Bipolar que se avizora. La “Vieja Zorra” inglesa –como le llamaban sus enemigos– en cambio, transita cada vez más profusamente por una recesión de la que no logra salir.
Un rendido admirador de la señora Thatcher, el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, dice algo sumamente expresivo al respecto: “Por supuesto que los sacrificios fueron enormes, pero, sin los cambios que ellos significaron, el Reino Unido estaría ahora mucho peor de lo que está”. Debe entenderse eso como que “está peor”, solo que “no mucho”.
¿Quiere decir que la señora Thatcher avizoró esa perspectiva para su país hace más de 30 años y lo que hizo fue para que ahora los ingleses “no estén mucho peor”?
En todo caso, dentro del camino capitalista, Teng Siao Ping con su capitalismo estatal, usando abiertamente al Estado como palanca, tuvo “mejores logros” que la señora Thatcher. De modo que, dentro de un sistema como el existente, eso de renunciar al Estado, resulta un despropósito. ¿Y los propios grandes monopolios imperialistas no han sido salvados gracias al Estado?
Teng y Thatcher, casi al mismo tiempo –1976 y 1980, respectivamente–, iniciaron el recorrido del mismo camino. El primero lo hizo usando abiertamente el Estado; la segunda, renegó del Estado incluso como ente estratégico planificador de grandes proyectos.
Claro, no es que en China el Estado esté al servicio del pueblo. Sucede que Teng aprovechó todo lo construido por el socialismo y lo puso al servicio del capitalismo, algo parecido a lo que hizo Putin en Rusia.
Tampoco, resulta del todo cierto el que se diga que gracias a ella y a su socio Ronald Reagan cayó la llamada “Cortina de Hierro”. El también denominado “mundo socialista”, ya se encontraba en profunda crisis y descomposición.
Y es que, desde la muerte de Stalin, en 1954- hasta 1980, cuando aparecen en escena la pareja Thatcher – Reagan, la entonces Unión Soviética llevaba casi tres décadas de involución, de acelerados pasos tendientes al restablecimiento del capitalismo.
De manera que el Rush final del hundimiento de la ex Unión Soviética, cierto que se dio en la última década, cuando el neoliberalismo y la globalización empezaron a implantarse en Inglaterra, Chile y querían que se aplique también en Bolivia. Pero fue la naturaleza interna de las contradicciones soviéticas las que llevaron a la caída del emblemático símbolo de la Guerra Fría: la “Cortina de Hierro”. Y claro, Gorbachov fue pieza importante en esa destrucción.

La ciencia nunca es justa

Hay quienes se lamentan de que la controversial “Dama de Hierro”, que genera pasiones encontradas, no haya recibido un Premio Nóbel en Economía y que incluso su propia Alma Mater, la universidad de Oxford, no le otorgase el Honoris Causa. Y hasta se quejan de que los intelectuales y académicos no la aprecien. La explicación de esta supuesta injusticia científica, estaría, a entender de algunos, en que la “clase intelectual siempre la odió”. Por lo menos así piensa el señor Vargas Llosa.
Lo cierto es que la señora Thatcher no es la Stephen Hawking de la economía. El tiempo, como el mejor aliado no solo de la historia, sino principalmente, de la verdad, ya dio su lento pero incontrovertible veredicto: No estamos ante “El último hombre y el fin de la historia”, sino que “hay un universo en infinita expansión que tiende hacia algo más promisorio y distinto al que se nos ha acostumbrado a ver.

Foto
Se fue la mujer del Neoliberalismo. Pero también la madre del individualismo, del liberalismo en el denominado Mundo Moderno.

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