Lágrimas de Renuncia
En medio de conmovedoras lágrimas, el jueves 11 de abril renunció al cargo que
ocupaba la nacionalista Elsa Malpartida, luego de la campaña mediática por
haber aceptado, en el juicio –al que acude en calidad de testigo– que se le
sigue a Florindo Pérez Hala (“camarada Artemio”), de que Sendero Luminoso la
nombró en los 80 como “Comisario Logístico”, en algún lugar de las
profundidades de la Selva –a donde, por cierto, el Estado nunca llegó–, “cargo”
que según la ex congresista nunca ejerció ni fue detenida por eso, ni fue
enjuiciada, menos condenada y nunca, por tanto, purgó condena. Y, más aún, puso
en conocimiento del Ejército en su momento.
Aun así, pese a las explicaciones pormenorizadas que
dio la señora Malpartida, un cierto sector siempre especialísimamente
implacable en estos casos, pidió su cabeza en una suerte de ya lugar común de
persecución hasta el fin de sus días de quienes estuvieron ligados directa o indirectamente
con la subversión, aun en el caso que hayan cumplido sus condenas y hayan, por
tanto, pagado su delito.
Pero, es la misma prensa que no duda en acusar al
Gobierno del señor Ollanta Humala Tasso de persecución contra el ex dictador
Alberto Fujimori, alguien que, por cierto, sí está condenado, entre otras cosas
por crímenes de lesa humanidad, pero para quien, además, exigen en términos más
que altisonantes –hasta de amenaza– el otorgamiento de la gracia presidencial
de Indulto Humanitario. Por supuesto que le asiste tal derecho, como a
cualquier peruano que se encuentra en esa situación.
Al momento de renunciar, la nacionalista Elsa
Malpartida declaró a los medios de comunicación diciendo: “Ojalá que puedan
dormir tranquilos con su conciencia por haber dejado sin trabajo a una
campesina (cuyo único delito) fue vivir una circunstancia terrible que no se la
deseo a nadie”.
El tema de fondo sigue siendo, por Derecho
Constitucional y Democrático, si quienes ya pagaron su delito por haber estado
involucrados directa o indirectamente con la subversión que azoló nuestro país
en la década de los 80, pueden o no ejercer el Derecho al Trabajo, aun incluso
en las instancias del Estado.
El Derecho, acorde con un Estado que se precia de
garantista, aquí y en cualquier parte del mundo, indica que sí. Pero, cuando la
persecución llega a los fueros de la venganza y el odio, no solo en los casos de la señora Elsa Malpartida y del
señor Fujimori, no exentos de cálculos e intereses políticos con miras
electorales, se ven dramáticas escenas de, por cierto, comprensible dolor, de
una y otra parte. Y, según convenga, hay quienes levantan el dolor de unos para
lanzarlo contra el dolor de otros. Entre tanto, el Perú sigue con dolores de
parto propios de una guerra, situación de la que llevan agua para sus molinos
un puñado de “duros” o una suerte de “halcones” made in Perú enceguecidos de odio.
Un triste y lamentable espectáculo para una nación
que no termina de formarse como tal precisamente por ese espíritu de la
venganza que, lamentablemente, hay quienes alientan en contrario a una salida
por la vía de una Reconciliación Nacional entre todos lo peruanos, sin marginar
ni excluir a nadie que es lo que requiere nuestro país.
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