miércoles, 15 de mayo de 2013



Lágrimas de Renuncia


En medio de conmovedoras lágrimas, el  jueves 11 de abril renunció al cargo que ocupaba la nacionalista Elsa Malpartida, luego de la campaña mediática por haber aceptado, en el juicio –al que acude en calidad de testigo– que se le sigue a Florindo Pérez Hala (“camarada Artemio”), de que Sendero Luminoso la nombró en los 80 como “Comisario Logístico”, en algún lugar de las profundidades de la Selva –a donde, por cierto, el Estado nunca llegó–, “cargo” que según la ex congresista nunca ejerció ni fue detenida por eso, ni fue enjuiciada, menos condenada y nunca, por tanto, purgó condena. Y, más aún, puso en conocimiento del Ejército en su momento.
Aun así, pese a las explicaciones pormenorizadas que dio la señora Malpartida, un cierto sector siempre especialísimamente implacable en estos casos, pidió su cabeza en una suerte de ya lugar común de persecución hasta el fin de sus días de quienes estuvieron ligados directa o indirectamente con la subversión, aun en el caso que hayan cumplido sus condenas y hayan, por tanto, pagado su delito.
Pero, es la misma prensa que no duda en acusar al Gobierno del señor Ollanta Humala Tasso de persecución contra el ex dictador Alberto Fujimori, alguien que, por cierto, sí está condenado, entre otras cosas por crímenes de lesa humanidad, pero para quien, además, exigen en términos más que altisonantes –hasta de amenaza– el otorgamiento de la gracia presidencial de Indulto Humanitario. Por supuesto que le asiste tal derecho, como a cualquier peruano que se encuentra en esa situación.
Al momento de renunciar, la nacionalista Elsa Malpartida declaró a los medios de comunicación diciendo: “Ojalá que puedan dormir tranquilos con su conciencia por haber dejado sin trabajo a una campesina (cuyo único delito) fue vivir una circunstancia terrible que no se la deseo a nadie”.
El tema de fondo sigue siendo, por Derecho Constitucional y Democrático, si quienes ya pagaron su delito por haber estado involucrados directa o indirectamente con la subversión que azoló nuestro país en la década de los 80, pueden o no ejercer el Derecho al Trabajo, aun incluso en las instancias del Estado.
El Derecho, acorde con un Estado que se precia de garantista, aquí y en cualquier parte del mundo, indica que sí. Pero, cuando la persecución llega a los fueros de la venganza y el odio, no solo en  los casos de la señora Elsa Malpartida y del señor Fujimori, no exentos de cálculos e intereses políticos con miras electorales, se ven dramáticas escenas de, por cierto, comprensible dolor, de una y otra parte. Y, según convenga, hay quienes levantan el dolor de unos para lanzarlo contra el dolor de otros. Entre tanto, el Perú sigue con dolores de parto propios de una guerra, situación de la que llevan agua para sus molinos un puñado de “duros” o una suerte de “halcones” made in Perú enceguecidos de odio.
Un triste y lamentable espectáculo para una nación que no termina de formarse como tal precisamente por ese espíritu de la venganza que, lamentablemente, hay quienes alientan en contrario a una salida por la vía de una Reconciliación Nacional entre todos lo peruanos, sin marginar ni excluir a nadie que es lo que requiere nuestro país.

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