El nuevo técnico de la selección, Ricardo Gareca, firmó contrato con la
Federación Peruana de Fútbol por un monto cercano al millón 300 mil dólares al
año, lo que equivale a más o menos 330 mil nuevos soles mensuales, una suma
envidiable para el común de los mortales en el Perú.
Sin embargo, el aficionado peruano aún no ha reaccionado ante esta nueva
cachetada a la pobreza, debido a que espera con impaciencia algunos resultados
favorables a la bicolor en los torneos amistosos, pero principalmente,
oficiales previstos para las próximas semanas.
La selección peruana no pisa un mundial desde 1982, cuando el campeonato
se llevó a cabo en España y donde la blanquirroja tuvo una aceptable actuación.
Cuatro años más tarde, durante las eliminatorias, Perú perdió frente a
Argentina 2-1, que se coronaría, casualmente, campeón de la copa del mundo en
México 86. Desde entonces la posibilidad de llegar al máximo torneo de balompié
se fue haciendo cada vez más difícil. Los resultados en las eliminatorias
finalizaban en dramáticos fracasos.
Desde entonces, la Federación de Fútbol se vio obligada a ofrecer
millonarios contratos a muchos entrenadores, pero los resultados siempre fueron
desfavorables.
El cuestionamiento pasó por los entrenadores, por los mismos jugadores,
cuyo rendimiento era totalmente diferente al que ofrecían en sus clubes, hasta
llegar a la propia Federación Peruana de Fútbol que recientemente renovó la
junta directiva logrando que su máximo representante dejara el cargo, como consecuencia
del cuestionamiento a los resultados en los torneos de futbol.
Lamentablemente, Ricardo Gareca –con más
realismo que pesimismo– no hará mucho en una selección cuya moral se encuentra
por los suelos y que, en cada encuentro, antepone sus prejuicios poniendo al
descubierto un autoestima tan bajo que se explica por ancestrales traumas históricos.
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