lunes, 8 de agosto de 2011

Sin Gobernar ya Habéis Gobernado


EL MES MÁS LARGO

Julio no ha sido un mes normal. Por lo menos no lo ha sido para todos. Julio dio la sensación de ser un mes interminable. Aún ahora pareciera que continuase. Da la sensación que nos hemos quedado atrapados en  ese mes denominado de la patria. Pero, si para muchos hay esa extraña sensación,  lo ha sido infinitamente mayor para el señor Ollanta Humala, flamante presidente de la república, que acaba de asumir su mandato, pero en verdad pareciera que lo está concluyendo. Acaso sea porque  hay comprobados indicios de ciertas viejas prácticas no propias de alguien que se ha propuesto llevar adelante la denominada “Gran Transformación”.

Más aun, da la humana sensación que el señor Ollanta Humala ya gobernó. Que si su gobierno no ha terminado ya, está al borde de su fin. No solo por el hecho de que sin haber  asumido sus funciones ya se le responsabilizaba de todas las repentinas desgracias, principalmente económicas, sino porque la constitución de su primer gabinete ha sido un parto de mil colores, no exactamente del color de los pobres.
Y es que un gobierno si bien tiene un término cronológico, en sentido sensiblemente estricto, llega a su fin –en especial para las inmensas mayorías–  cuando apela como línea y forma de conducta y de proceder al pasado, a aquello que es más de lo  mismo de lo que está lleno esa República Bicentenaria más feudal que  progresista, más conservadora que transformadora.
Definitivamente por eso, apenas el 58.3 por ciento de los pobres en el sur ha visto con buenos ojos su primer Mensaje, señor Ollanta Humala. Cuando esos lugares, esos recónditos sitios perdidos de la pobreza, ahí donde los niños mueren prácticamente sin haber vivido porque la sociedad del llamado crecimiento macroeconómico les niega ese sagrado y elemental derecho, le dio a usted  señor Ollanta el triunfo con masivas e inéditas cifras por encima incluso del 80 por ciento en lugares, como Puno, Ayacucho, Huancavelica, Apurimac.
No hay derecho, señor Humala, que usted los ningunee, los trate como los últimos de la fila, simplemente porque usted se asusta frente a las arremetidas de quienes precisamente han sido y son sembradores de pobreza, de hambre, miseria y muerte prematura.  Quizá por eso no ha vuelto usted a recorrer esos lugares de pobreza que le  dieron el triunfo electoral.
Por eso, señor Humala, los pobres sienten que usted, sin haber gobernado ya ha gobernado. No solo porque usted prometió que el balón de gas costaría doce soles y ahora toda vuestra corte se esfuerza en pretender negar lo que está en blanco y negro, sino porque para usted primero y principal ha sido y es quedar bien con los de arriba, pese a que dijo que el único compromiso que tenía era con el pueblo, con los pobres.
Los hechos prueban todo lo contrario. ¿Para qué diablos sirven sus asesores si no son capaces de fundamentar la necesidad de una Nueva Constitución habiendo argumentos a porfía?
Acaso sea porque nunca se llenaron los zapatos de  polvo recorriendo las calles de la pobreza de los pobres, o porque nunca supieron lo que es pasar hambre, menos lo que es morir de pobreza a nuestros hijos, a los hijos del pueblo que son nuestros hijos. ¿Son también los vuestros? No lo parece. No lo son, porque en la vieja sociedad que vosotros defendéis se enseña a querer a los niños, a los hijos, por el ADN, por una cuestión meramente sanguínea, no por sentimiento por el pueblo, ni siquiera ya por la sensibilidad humana.
Por eso, esa extraña sensación que se ha apoderado de la mayoría de peruanos nos hace pensar que usted, señor Ollanta Humala, sin gobernar ya ha gobernado.

Quizá sea porque es más de lo mismo. Porque su Discurso inaugural fue la letanía de “La Gran Transformación”, pero sin un solo hecho que haga pensar que así ocurrirá. Porque “Pensión 65”, “Cunamás”, y otros similares en ninguna parte del mundo pueden considerarse como símbolos de una “Gran Transformación”.

Ciertamente, usted, señor  Ollanta Humala, aparece como un conmovedor Quijote, solo que no se enfrenta a molinos de vientos, sino a reales poderes que terminaron asustándolo hace buen tiempo.

Es un Quijote con las disculpas de ese noble soñador cervantianono solo sin   armadura, sino sin ideas en verdad transformadoras, sin irreverentes propuestas, sin la necesaria convicción para ir contra la corriente, contra lo dado, contra lo que dicen que es bueno pero que continúa produciendo TBC, indignante mortalidad infantil, niños que para comer y estudiar tienen primero que pasar por inhumanas labores de sobre explotación.

No puede usted pretender, señor Ollanta Humala, quedar bien con Dios y con el   diablo. De los poderosos viene ganándose la confianza hace mucho tiempo con hechos por todos conocidos.

Y, ¿la confianza de los pobres,   cómo piensa ganársela? ¿Con migajas, con lo que sobra, con lo que queda del Presupuesto, con la paciencia de otros 200 años más de República? ¿Y por qué no les pide usted paciencia a los ricos, a los poderosos? ¿Paciencia para el que nada o menos tiene y atención inmediata sobona y servil para el lleno, para el harto, para el que todo lo tiene y quiere más, para el que viene a  arrebatarnos nuestros recursos naturales so pretexto de que es para compartirlo con todos los peruanos? ¿Esa es “La Gran Transformación” que usted se ha propuesto? No la queremos.

Cierto,   los pobres no le van a dar ni un minuto de tregua. ¿Por qué se la tienen que dar si ello les implica que cada segundo que pasa se cierne la muerte sobre sus hijos apenas nacidos? ¿Por qué si los ricos no quieren perder ni un solo centavo de su riqueza muchas veces mal habida, los pobres si deben seguir perdiendo a sus hijos? ¿Qué vale más, señor Ollanta Humala, la vida de un niño o un centavo con  historia y origen de sangre, de despojo, de explotación, de trabajo ajeno?
Es indignante que usted, en su alocución presidencial, apenas le haya dedicado un par de renglones a los niños pobres del Perú que, en unos 15 mil por año, continúan muriendo de pobreza o cuando más del 80 % de los niños y jóvenes padece de anemia.

Quizá su propia conciencia lo acusó cuando dijo “Vengo en son de paz y no de guerra”. Eso, ni más ni menos, se entiende sin hacer mucho esfuerzocomo que usted, señor Ollanta Humala, no piensa pelear por lo que prometió. Porque, ciertamente, tuvo y tiene que hacer la guerra -en el buen y mejor sentido de la palabra-. Precisamente, por los niños pobres, por los millones de desposeídos que por artificial contradicción sobreviven en medio de una nación rica como ninguna en el mundo. La tiene que hacer, moléstese quien se moleste.

Como lo dijo en el Congreso, pidió a sus adversarios que depongan sus espadas porque usted ya las había depuesto. ¿y cuáles eran las espadas que blandía el señor Humala?¿No eran las de la defensa de la Producción Nacional, la soberanía, el establecimiento de una Asamblea Constituyente para una Nueva Constitución, entre otros?

Todo indica que vuestro gobierno será más sentimental que racional, más emotivo que pensante, más discursivo que operante. Más de palabras que de hechos en favor de los pobres, en suma: más iluso que concreto. Ojalá vuestros meses y vuestros años sigan siendo largos, señor Ollanta Humala, aunque la vida de nuestros niños pobres continúe siendo cada vez más corta.

Los pobres no cobran mérito, señor Presidente –no tienen esa mala manía–, no pasan factura por servir al pueblo de todo corazón, simplemente exigen lo que son sus fundamentales y elementales derechos a un Estado que se ha levantado con base en la sangre, sudor y lágrimas, precisamente de los más pobres.
O, ¿de dónde le cayó la riqueza que concentra a ese Estado que usted ahora administra, no ha salido del lomo de los pobres, de la fuerza transformadora de las mujeres y hombres del pueblo, de la clase? Porque de esas manos transformadoras sale la riqueza. No hay otra forma de generar riqueza, sino con el trabajo.

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