DESARMANDO A LOS MÁS POBRES
La Guerra por la Educación
Escribe: Rómulo Velásquez
En el terreno educativo también se libra una suerte de guerra en la que las clases dominantes pretenden desarmar a los más pobres negándoles el instrumento, el arma de la educación. Y es que un enemigo ignorante es fácilmente vencido. Ciertamente, la educación es liberadora, cuestionadora, transformadora. De modo que la educación tiene trascendencia estratégica. En todo caso, las recientes luchas de los estudiantes en el Perú –Huancayo, Huancavelica, Ayacucho– y en el mundo –particularmente, las de los jóvenes chilenos– no dejan lugar a dudas respecto a la trascendencia de la educación que, definitivamente, no se la puede reducir al plano economicista como ocurre con el neoliberalismo.
Más de 20 años de neoliberalismo solo han servido para acentuar la crisis educativa. Hay más “instituciones” educativas, pero cada vez menos educación. Los problemas vivos de la educación en el Perú, continúan más vivos que nunca.
“Cero analfabetismo”, “El Perú avanza”, son frases demasiado lejanas para la realidad educativa.
El 30% de los niños de las zonas rurales no estudian. Miles de peruanos no saben leer ni escribir. Los departamentos más golpeados con el flagelo de la crisis educativa son Huancavelica, Ayacucho y Apurimac.
Tres millones 367 mil niños y niñas que terminan la escuela primaria no comprenden lo que leen. Más de un millón de adolescentes de secundaria no pueden resolver las cuatro operaciones básicas, y un millón 670 mil 760 de ellos continúan sin entender lo que leen.
Cerca de medio millón de niños en el campo se encuentran excluidas de la escuela y millones de niños llegan con grandes desventajas en salud, nutrición y protección. Y es que el 80% de los niños del Perú sufren de anemia. El 60% de los alumnos de los colegios públicos tienen rendimiento inferior al promedio o desaprobatorio.
Más de 2 millones de pobres en el país nunca han pisado colegio alguno, porque simplemente carecen de los recursos económicos para hacerlo. O sea, hay gente aquí –y no son pocos– que si estudia tiene que dejar de comer. Y si hacen las dos cosas: “mal estudian” y “mal comen”.
Se sabe que más de 3 millones abandonaron las aulas -o “desertaron”, como les dicen-, porque estudiando no podían trabajar para comer. Tal parece que la guerra educativa la vienen perdiendo los pobres. Aunque, ciertamente, es una guerra que no ha terminado aún.
Hechos son hechos. ¿Se pretende arrebatar a nuestros niños y jóvenes su derecho a la educación, salud y alimentación? ¿Se busca desarmarlos desde la cabeza hasta el estomago? Los resultados demuestran que estamos frente a una educación cada vez más inaccesible para el pueblo. Desarman a los más atrevidos, a los jóvenes pensantes y operantes. A los pobres.
Ese es el quid del asunto. Se trata entonces de quitarles a los jóvenes todos los instrumentos que estén a su alcance, para su progreso y desarrollo, para servir al pueblo de todo corazón. Las clases dominantes no buscan mejorar la educación de los pobres. ¿Cómo van a querer mejorar la educación, si no quieren que los jóvenes piensen y transformen la sociedad en una nueva?
Seguramente por eso los jóvenes estudiantes de las universidades del centro, de Huancavelica y de Ayacucho ven en sus luchas una suerte de guerra estratégica entre el progreso y el atraso, entre transformar y vegetar, entre lo nuevo y lo viejo. Y le han puesto al señor Ollanta Humala en su agenda una lección que debe aprender, atender y resolver.
¿De dónde sacarán dinero para educarse los más de 10 millones de peruanos que viven en pobreza? Es imposible costearlo. No tienen otro camino que el de exigir al estado que cumpla con sus funciones y aumenten el actual presupuesto de 3 % a 6 % del PBI. Demanda razonable, más aún si se habla de un crecimiento de 8 % a 9 %.
La Municipalización de la educación, la carrera pública magisterial, los colegios emblemáticos, el tráfico con una –entendemos– necesaria evaluación de los maestros, la reducción de las licencias sindicales, la contratación de nuevos profesores, así como la declaración ilegal de los paros y huelgas del magisterio, constituyen la política educativa neoliberal.
La educación es un derecho, como el derecho a la vida. Derecho es derecho. Tras cada derecho conquistado hay un costo vertido por la inmensa mayoría, por el pueblo, en particular por los jóvenes. Nada cae del cielo. Los derechos tampoco. Esa lección los pobres la aprendieron en la escuela de la calle en el colegio de la resistencia, en la universidad de la lucha.
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