A
poco más de un mes de iniciado el año 2015, la idea de encontrar cambios
sustantivos en la entidad rectora del desarrollo regional de Ayacucho, comienza
a desvanecerse.
Efectivamente.
Se esperaba esos cambios no solo porque eso se tradujo de las propias palabras
del presidente regional –poco creíbles para los dos tercios de la población
ayacuchana–, que aseguraba un cambio radical en la gestión de su gobierno y que
caminaría derecho en los próximos años; sino, porque, realmente, era una
impostergable necesidad derivada de una reelección sin precedentes y de haber
derrumbado varios mitos, de los que hablamos en la editorial de la edición de
noviembre (Ver Edición N° 59).
Los
cuatro años de su primer periodo de gobierno debieron proveerle de importantes
lecciones y profundas enseñanzas. Pero, aparentemente, nada de esto ocurrió.
Wilfredo Oscorima inicia su segundo mandato bajo la misma lógica de su periodo
anterior. A lo mejor, algo que sí aprendió es a diferenciar el ritmo de una
entidad estatal, abismalmente diferente del ritmo de la empresa privada. Por lo
demás, su mirada es la misma, sus hábitos, debilidades y sus prejuicios son los
mismos. Es posible que esta conducta le sea agradable a casi ochenta mil
electores que lo eligieron, pero Oscorima debe saber que gobierna para todos
los ayacuchanos, esa es la particularidad del juego democrático.
Una
de estas lecciones que debió extraer de su anterior periodo de gobierno, es la
de retomar la dirección personal y directa –no virtual– de una gestión que
vuelve a caminar bajo una inercia sorprendente, con sus permanencias prolongadas
e inexplicables en la capital del país, a donde huye cada vez que puede y donde
se mantiene, en promedio, 5 de 7 días a la semana, bajo el pretexto de impulsar
gestiones en busca de mayores recursos, una labor que bien podrían hacerlo unos
cuantos lobbistas. Pero, lo cierto es
que, esta justificación constituye la excusa más elemental e infantil del
mandatario regional, quien, comprensiblemente, evita permanecer en la región
que lo eligió porque, acaso, no soporta su pobreza.
Esta
situación, lleva al gobernante regional a “dirigir”, a través del celular
–¿nuevo estilo de gobierno?–, una región que precisamente adolece de liderazgo
y de compromiso social de sus gobernantes. De ahí que sus detractores más
encarnizados utilizan dicha debilidad presidencial para fundirse en lo más
íntimo de la gestión y auscultar, en ausencia del gobernante, las barbaridades
que protagonizan sus funcionarios y colaboradores cercanos.
Otra
de las lecciones ausentes corresponde a su falta de madurez política, reflejada
en su improvisación e informalidad, lo que alimenta la desconfianza de muchos
en lo que hace, piensa y cree. Esta situación explica los errores que
continuamente tiene, ya sea en la designación de funcionarios o en otras
decisiones de igual importancia.
Acaso
la reciente salida del médico Amílcar Huancahuari Tueros, designado en el cargo
de Director Regional de Salud, sea la más clara expresión de esta informalidad
e improvisación.
Según
trascendió, la nominación del ex alcalde –y de la mayoría de funcionarios– no
se produjo como resultado de una estrategia política bien elaborada. De ahí que
su salida del cargo tiene una alta dosis de improvisación. A estas alturas, se
sabe que, para su cambio, nada tuvo que ver la sentencia condenatoria impuesta
recientemente contra la ex autoridad edil.
Es
posible que la gestión de Oscorima se afiance con algunos resultados que irán
viéndose en los meses siguientes gracias a importantes obras en ejecución, pero,
para gobernar no es suficiente inclinarse por una lógica efectista y pragmática.
Hace falta un genuino liderazgo que busque humanizar la gestión, extrayendo
lecciones, construyendo un gobierno que debe ir más allá de una coyuntural elección
o reelección, actuando con sentido estratégico, formando cuadros políticos o
buenos alfiles, en lugar de simples peones.
Expresamos
esta opinión no para sumarnos a las voces furibundas de la crítica personal que
enfrenta el mandatario regional, lo hacemos para suministrar una lectura de su
actual gobierno y de los riesgos que a la larga enfrentará la región de
Ayacucho.
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