Creo que, como todos dicen, este día debe provocar una necesaria reflexión sobre la labor que realizamos, sobre el papel que cumplimos y sobre cómo pensamos que la sociedad ayacuchana ve nuestra actuación.
Hace aproximadamente 30 años el equipo más moderno de producción de impresos era solo un linotipo y una impresora. Tuve la fortuna de conocer el trabajo de producción periodística en aquellos años.
Se trataba de un linotipo, una máquina mecánica inventada hacia finales del siglo XIX que facilitaba el trabajo de composición.
Fíjense, lo más moderno en prensa que tenía Ayacucho en ese momento era un linotipo. El diario Expreso fue uno de los periódicos que empleó este equipo hasta mediados del siglo pasado, luego cambió su sistema de trabajo por máquinas modernas.
En ese estado se encontraba la prensa en Ayacucho.
Junto al diario Panorama o Noticias, que fue conducido por Octavio Infante García, uno de los mártires de Uchuraccay, había otro medio impreso llamado Paladín, y nada más.
Tuvieron que pasar casi dos décadas para que Ayacucho viera nuevos medios impresos. Medios que aparecieron de la mano con la nueva tecnología, con el moderno sistema offset o los avances que le impusieron a la prensa rotativa. Hoy, a una década de haber iniciado el siglo XXI, tenemos impresos que utilizan la filmadora de fotolitos, de allí que disponemos de producciones periodísticas con imágenes de alta calidad, a full color.
Pero no es solo el sistema de impresión que ha cambiado. Veamos cómo el estilo del lenguaje periodístico ha dejado de ser dominado por la influencia de la escuela americana. Si uno desarrolla una ligera comparación, los diarios locales hacen uso de un lenguaje distinto. El estilo de la escuela europea, de diarios como La Stampa, Le Monde Diplomatique o El país, parece estar dominando la redacción ayacuchana.
Y si eso es síntoma de avance, veamos cómo han variado los índices de lectoría.
Si bien es cierto, entre 1850 y 1860, en las calles huamanguinas llegaron a circular alrededor de 28 periódicos en solo diez años –cosa distinta a estos tiempos–, mientras el índice de lectoría promedio era de 100 ejemplares por periódico. Eso se mantuvo hasta muy entrado el siglo XX. El matutino Panorama producía 500 ejemplares diarios en 1982. En la actualidad, ese número en algunos casos se ha multiplicado y en otros sigue siendo modesto. Hay diarios que llegan a los 3 mil ejemplares y, sumados todos, contamos 5 mil ejemplares diarios en circulación, lo que convierte en 20 mil, el número de lectores por día, si se sabe que por cada diario vendido, hay cuatro lectores. No está mal para una población de 150 mil habitantes.
Esas son las cosas positivas que recogemos en treinta años de periodismo en Ayacucho, situación que hacemos mención en una ocasión como esta. Pero no podemos dejar de mencionar nuestras dificultades, problemas y errores, como parte de la crítica y autocrítica, expresión de una auténtica democracia.
Hoy, observamos virtudes individuales, pero también encontramos prácticas comunes a las que a veces nos sentimos arrastrados, prácticas que nacen de algunos miembros del gremio en general y que si no lo detenemos o corregimos ahora, corremos el enorme riesgo de entrar a un período oscuro en el largo camino recorrido o que nos queda por caminar en el periodismo y que las nuevas generaciones habrán de continuar.
Existe una equivocada forma de comprender la labor de los periodistas en estos tiempos, un error que se puede atribuir a la falta de experiencia o a una deliberada intención. Acaso eso se manifiesta, por ejemplo, cuando a diario juzgamos a las personas sin conocerlas realmente, juzgamos a todos sin discriminar si pertenecen al espacio público o privado… Se suele a menudo combinar roles de fiscal, de juez, de periodista, de empresario o de moralista, descubriendo cierto apego a personalizar todo problema, al extremo de ser arrastrado a un desbocado subjetivismo en un intento por crear una nueva forma de hacer periodismo: el de un periodismo vengativo, represivo y virulento, en un periodismo que intenta imponer la lógica del conflicto en el quehacer de la prensa.
Se cree, por ejemplo, que la corrupción es una cuestión de personas y no se entiende este fenómeno como un problema social, estructural que se replica en todo orden de cosas. Menos se ve que la sociedad, cuanto más se descompone, más evidencias de corrupción engendra. Pero la salida a este problema no es meter preso a las personas, menos asesinarlas o desaparecerlas. Esa es la visión funcionalista que la ultra derecha peruana o el fujimontesinismo pregona, como una manera pragmática de resolver los problemas sociales. La cárcel no es para sepultar a las personas, aunque así lo entienda la clase dominante de nuestro país. Emile Durkeim –el padre del funcionalismo– planteaba que la forma en que la sociedad colmaba sus expectativas de venganza contra aquel que no calzaba en el orden de cosas vigente, era la cárcel, el exilio o la muerte.
Por eso, cuando algunos periodistas arremeten contra quienes cree que son corruptos, lo hacen como si odiaran a esas personas, como si fueran sus enemigos, como si fuera una cuestión personal y no social.
El periodismo debe denunciar los actos de corrupción, de eso no hay duda, promoviendo que la justicia intervenga y actúe a tiempo, con los criterios de racionalidad que ordena su dinámica. Eso es una cosa, pero otra cosa es utilizar el micrófono, la pluma o la cámara, para intentar reducir a las personas a la más baja expresión, a la condición de subhumanos, sin darle opción a que se defiendan o, a lo mejor, se rediman, como si anulándolas literalmente terminará la corrupción.
Reitero: la corrupción es un problema estructural, que por supuesto no merece indulgencias, pero sí requiere un adecuado entendimiento. No debe olvidarse que lo que se sanciona es la conducta criminal y no a la persona en sí misma.
Hacer escarnio de las personas a través del medio de comunicación –no cabe duda– no solo es una forma errónea de ver el problema, sino, es distorsionar la salida del problema de fondo. Pero es más grave si esa persona no ha sido juzgada, ni sentenciada o, peor aún, si es acusada sin prueba o al amparo de pruebas apócrifas que luego de ser lanzadas por algún medio de comunicación, terminan haciendo más daño a la persona que corrigiendo o juzgando el supuesto acto ilícito.
Si esa práctica continúa, entonces la conducta del periodista resulta contraproducente, no ayuda a erradicar la corrupción, no contribuye a resolver el problema, lo que hace, más bien, es condenar a las personas que supuestamente se corrompen, al profundo desprestigio, a la deshonra y a alimentar sentimientos de revancha, de encono. Por lo tanto, el acto periodístico, bajo este estilo, convierte el interés social en un interés exclusivamente personal.
Casi lo mismo ocurre con las opiniones divergentes. Por eso es bueno sugerir algo más de tolerancia con quienes no coinciden con las ideas de los otros. De lo contrario, se asumen posturas fascistoides, se da vida a aquella famosa frase de que “quien no está conmigo es mi enemigo”, por tanto hay que “sepultarlo” o “eliminarlo”.
Sería bueno hacer de nuestros gremios un espacio de debate, un espacio donde podamos decirnos las cosas sin cortapisas. Pero lamentablemente algunos hombres o mujeres de prensa quieren hacerlo en su medio, hacerlo en público, pensando en que, de esa forma, harán callar a sus “enemigos”, pensando en que su gloria y algo de poder adquirido, durarán eternamente. Y, lo que es peor, creen que sus eventuales víctimas permanecerán callados, entonces se impondrá la lógica del conflicto, donde quienes creen haber vencido se ufanarán de ello y los que se sientan afectados, esperarán el momento para cobrar venganza en una suerte de círculo vicioso.
Son treinta años de periodismo que requieren un balance objetivo, serio y autocrítico. La historia se mira así, no se mira por pequeños espasmos de tiempo, se mira por largos recorridos. Solo así se pueden extraer hermosas lecciones, se puede mirar nuestra actuación como parte de la conducta del conjunto y se pueden corregir los errores, superar las limitaciones y darle solución a los problemas. Feliz día del periodista.
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