Ataque en Francia, provocó intensificación de bombardeo aéreo en Siria.
Las
víctimas de Siria y Francia.
Masacre
de ida y vuelta
La
terrible serie de atentados registrada recientemente en Francia ha despertado
una profunda, comprensible y necesaria indignación en la comunidad internacional.
Al
cierre de la presente edición, los muertos superaban los 130 y, los heridos,
llegaban a quinientos.
Los
responsables de esta masacre han sido identificados por la policía francesa
como parte de Isis (grupo jihadista islámico),
una de las tantas organizaciones terroristas que operan en el mundo,
especialmente en Europa, conformada por miles de extranjeros y varios cientos
de franceses fundamentalistas.
Tras
la reivindicación del grupo terrorista, sobre el atentado perpetrado contra
civiles, la duda ha sido despejada acerca no solo de los autores, sino,
fundamentalmente, de los motivos –no justificados– del ataque. Los
fundamentalistas reclaman el cese de la masacre contra su pueblo en Irak, Siria,
Yemén Nigeria y Egipto, y el retiro de las fuerzas de ocupación multinacional, de
la que toma parte Francia.
En
efecto, desde hace más de un año, el ejército francés participa del bombardeo
de suelo irakí sembrando la muerte en muchos hogares de ese devastado país.
Mientras tanto, desde hace aproximadamente dos meses, los franceses se han
sumado a la coalición encabezada por Estados Unidos, en el ataque contra Siria,
lugar de donde provienen los autores del reciente atentado en territorio galés.
Se estima en 22 mil el número de muertos provocados por los bombardeos aéreos
en menos de 60 días y hasta antes del atentado en París. Las víctimas incluyen
miles de niños, mujeres y ancianos.
Este
dramático y rápido balance sugiere dos ángulos en la lectura de los recientes
sucesos. La primera corresponde a la recurrente conducta homicida de grupos
suicidas islámicos que dirigen sus atentados principalmente contra población
civil en aplicación de la ley del taleón, que propone el ojo por ojo: tú matas a mi gente, yo hago lo mismo con
los tuyos. Esto supone dar muerte, a libre discreción, a personas que no
necesariamente están en contra de la causa de estos países árabes, ni de su
religión.
Son
personas de clase media que, a lo mejor, viven a espaldas de las secuelas
causadas por el Estado de su país en territorio musulmán, pero –estamos
seguros– no forman parte de las decisiones políticas que terminan con el ataque
convencional contra los árabes. Por lo tanto, el ataque de los fundamentalistas
contra un teatro y otros establecimientos de alta concentración de personas, a
la luz de un simple razonamiento, no podría justificarse.
Siendo
una guerra de estados y de ideologías, el blanco de cualquier respuesta ante la
ocupación de Iraq, Siria, Nigeria y otras naciones, debieron ser cuarteles
militares o bases aéreas, antes que espacios civiles. Esto ha provocado un
rechazo generalizado y comprensible que terminará por aislar a nivel de la
opinión pública internacional a los musulmanes quienes, lejos de atraer la
sensibilidad y solidaridad de las naciones en contra de la intervención de sus
territorios, han pasado a convertirse en los malos de la película arrastrando
de paso a toda la comunidad árabe, sobre quienes ya existe un estigma bastante
marcado. De paso, le hacen un grueso favor a quienes rechazan su ideología y
religión que, en modo alguno, propone literalmente el ataque contra población
civil o acciones terroristas.
Esto
se observa cuando, el sector más radical de la derecha peruana a cargo del
cardenal Luis Cipriani, miembro del Opus Dei, califica al islamismo como “la
religión del terror”, atribuyendo un fundamento a la conducta homicida de los
jihadistas que actuaron recientemente en Francia. Pero Cipriani olvida que
durante siglos, a expensas de la religión que supone representar, los estados
europeos, principalmente el español, inglés y francés, eliminó a través de “guerras
santas”, de la hoguera y de la horca, a miles de personas que cuestionaban –sin
necesariamente actuar– los dogmas de la iglesia romana.
La
búsqueda por atacar a la ideología islámica y a todas las ideologías no
occidentales no es gratuita. Se pretende juzgar a ese cuerpo organizado de
creencias, no siempre sustentadas en un conocimiento racional y lógico, como la
causa de los males de la sociedad y, de paso, evadir la responsabilidad de los
hombres o de grupos políticos religiosos en la inadecuada o sesgada interpretación
de aquellas ideologías.
El
otro ángulo de la lectura sobre lo sucedido en Francia exige no descuidar el
papel de los estados encabezados por Estados Unidos y la OTAN que, en su afán
expansionista, arrasan pueblos enteros de territorios ricos en recursos
energéticos. La muerte de más de 22 miles personas, solo en los últimos dos
años, reclama diferenciar la conducta de los terroristas islámicos, de la
conducta de un pueblo que clama vivir sin la rémora de la opresión interna o
externa.
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